SE NOS VOLVIÓ BASURA Y MUERTE
Salgo del ascensor. Un perro orinó en la misma esquina del pasillo, justo debajo del cartel que prohíbe a las mascotas orinarse. Me abstengo de maldecir al perro que ni sabe leer ni se rige por leyes draconianas. La culpa es del dueño.
Cierro la reja tras de mi. La calle huele a carroña. Hace días que no pasa el camión de la basura por el Municipio Sucre. El Alcalde denuncia un sabotaje del gobierno central y éste le responde vinculándolo a una conspiración pitiyanqui. Mientras, el mosquero es una nube negra que llovizna sanguaza.
Llego a la panadería entre doñas que se tapan la nariz y vecinos que comen su cachito con café con leche como si nada. Comentan la muerte de Eliécer Otaiza, conocido funcionario de la revolución torturado y asesinado de 4 disparos. Conocí a Otaiza en el Inces, siempre empistolado. Su homicidio demuestra que ni el más pintao se salva de la violencia. Ni el propio gobierno.
Compro pan sobado, queso y la prensa, desintegrando mi quincena. Quería canilla pero ya sabes, hay escasez de harina. Regreso a la ruta pestilente bajo el sol de mayo, mirando el hervidero de basura regada en el asfalto; rastro de los encapuchados que intentaron quemarla en la noche y de los guardias nacionales que los persiguen en un absurdo juego del gato y el ratón.
Las bolsas negras evocan el caso de los cadáveres hallados en el contaminado río Guaire. Tiroteados, envueltos en bolsas de basura y amarrados con trozos de tela como en el peor capítulo de Dexter. Sin culpables ni dolientes.
De vuelta al edificio reparo en el papel periódico, de ese que escasea, puesto en el piso con azufre esparcido para alejar animales. A su lado, un líquido ambarino reafirma que el perro, como si nada, se sigue meando frente a nosotros.
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