LA PESCA
"Mi pluma no se prestará para escribirle a un tirano"
Cruz Salmerón Acosta
Estamos a un kilómetro de la costa en un bote de 10 metros. El sol de mediodía nos quema a 36° grados centígrados. La cerveza fría es un implemento de supervivencia. Francisco José maneja los motores, ubica las nasas y guía la pesca sin apenas decir palabra. Lleva una franela verde y un rostro tostado que surcan arrugas prematuras. Jorge, mi padre, echa los cuentos mientras que Diego y yo hacemos de atentos testigos.
-Una vez pescábamos cabaña mar adentro, en un sector llamado El Placer, entre Punta de Araya y Nueva Esparta, cuando desde una embarcación cercana, el pescador se lanzó al mar para atrapar una presa que se le había soltado del nylon diciendo 'no vine de tan lejos para dejarte ir', y de pronto escuchamos los gritos y vemos la sangre. Un tiburón le había arrancado la pierna. A duras penas lo subieron y se fueron hacia Cumaná. Nunca supimos si sobrevivió...
Manicuare vive de la pesca. Está ubicado al suroeste de la península de Araya, en la costa norte del golfo de Cariaco, Estado Sucre. Se le conoce además por su artesanía y por ser la tierra del poeta Cruz Salmerón Acosta, conocido por sus sonetos, entre ellos, Azul, y por su prematura muerte a consecuencia de la lepra.
También es la tierra de mis padres y a la que vuelvo por un fin de semana luego de una pausa de 8 años. Le pregunto a Francisco José como hace para ubicar sus nasas, ocultas bajo el mar, y me indica que mire en dirección al pueblo. Del lado izquierdo, va moviendo el bote hasta que el techo de la casa azul se alinee con el cerro. Del lado derecho, el cerro pelao debe coincidir con la iglesia. En ese punto lanza el garapiño que enganche las nasas.
También es la tierra de mis padres y a la que vuelvo por un fin de semana luego de una pausa de 8 años. Le pregunto a Francisco José como hace para ubicar sus nasas, ocultas bajo el mar, y me indica que mire en dirección al pueblo. Del lado izquierdo, va moviendo el bote hasta que el techo de la casa azul se alinee con el cerro. Del lado derecho, el cerro pelao debe coincidir con la iglesia. En ese punto lanza el garapiño que enganche las nasas.
-Otra vez vimos una pelea entre una ballena y un pez espada... Una vaina impresionante... Se veía como el pez espada saltaba e iba contra la ballena que se movía violenta... a los días la ballena encalló muerta hacia los lados de la vuelta 'el toro...
Francisco José detiene el bote. Comienza a halar el mecate y mi padre lo ayuda. El esfuerzo se hace evidente a medida que sube la nasa que ya se puede ver emergiendo del fondo. Y al fin sale. La suben al bote mientras los peces brincan de un lado a otro salpicándonos. Dentro de la jaula triangular, de cuya red metálica entran pero no salen, se agitan coro coros, una aguamala y un pulpo. La medusa expulsa sus esporas y siento un ardor inmediato en el brazo. Al abrir la nasa, el fondo del bote se llena de agua y peces.
Avanzamos unos metros y nuestro capitán engancha otra nasa. Diego y yo nos animamos y ayudamos a sacarla. Viene más cargada que la anterior y con un pulpo más grande. El otro, que se va adhiriendo a las paredes de madera, ha perdido su color rojizo tornándose blanco.
-Son como 40 kilos de pescao sin contar los pulpos, tenía días sin cogé nada bueno.
-¿Será que están frescos? (carcajada).
-Los puedes vender en Araya a 60 o 70 el kilo.
-Toño, tu cuñao, tenía unos rezos que sacaba er bote solo de noche y regresaba lleno e' pescao.
Regresamos a la orilla y nos quedamos un rato sin salir del bote, terminando la ronda de cervezas bajo el cielo, siempre azul. Luego supimos que Francisco José haría Bs. 1.300,oo con la venta, mientras nosotros cenábamos pulpo en su salsa. En la sobremesa, mi papá me cuenta sobre el cambio en los hábitos de los pescadores. Evitan la noche y salen armados para evadir a los piratas. No buscan el pescado sino el robo de sus motores que pueden costar hasta Bs. 150.000,oo cada uno. Los piratas no sólo asaltan sino que fondean sus embarcaciones abandonándolos en medio del mar. Pocos regresan vivos. Tampoco escatiman en disparar a quienes no cooperan.
Pero lo peor de todo, explica mi padre, es que los pescadores terminan comprándole a los piratas los escasos repuestos alimentando el círculo vicioso. Siento que Caracas no está tan lejos y que la niebla violenta y corrupta que nos envuelve ha penetrado todos los rincones de nuestra geografía. La sensación de acorralamiento no me suelta ni fuera de la ciudad ni en medio del mar. Recuerdo la frase del poeta sobre el uso de su pluma.
Francisco José detiene el bote. Comienza a halar el mecate y mi padre lo ayuda. El esfuerzo se hace evidente a medida que sube la nasa que ya se puede ver emergiendo del fondo. Y al fin sale. La suben al bote mientras los peces brincan de un lado a otro salpicándonos. Dentro de la jaula triangular, de cuya red metálica entran pero no salen, se agitan coro coros, una aguamala y un pulpo. La medusa expulsa sus esporas y siento un ardor inmediato en el brazo. Al abrir la nasa, el fondo del bote se llena de agua y peces.
Avanzamos unos metros y nuestro capitán engancha otra nasa. Diego y yo nos animamos y ayudamos a sacarla. Viene más cargada que la anterior y con un pulpo más grande. El otro, que se va adhiriendo a las paredes de madera, ha perdido su color rojizo tornándose blanco.
-Son como 40 kilos de pescao sin contar los pulpos, tenía días sin cogé nada bueno.
-¿Será que están frescos? (carcajada).
-Los puedes vender en Araya a 60 o 70 el kilo.
-Toño, tu cuñao, tenía unos rezos que sacaba er bote solo de noche y regresaba lleno e' pescao.
Regresamos a la orilla y nos quedamos un rato sin salir del bote, terminando la ronda de cervezas bajo el cielo, siempre azul. Luego supimos que Francisco José haría Bs. 1.300,oo con la venta, mientras nosotros cenábamos pulpo en su salsa. En la sobremesa, mi papá me cuenta sobre el cambio en los hábitos de los pescadores. Evitan la noche y salen armados para evadir a los piratas. No buscan el pescado sino el robo de sus motores que pueden costar hasta Bs. 150.000,oo cada uno. Los piratas no sólo asaltan sino que fondean sus embarcaciones abandonándolos en medio del mar. Pocos regresan vivos. Tampoco escatiman en disparar a quienes no cooperan.
Pero lo peor de todo, explica mi padre, es que los pescadores terminan comprándole a los piratas los escasos repuestos alimentando el círculo vicioso. Siento que Caracas no está tan lejos y que la niebla violenta y corrupta que nos envuelve ha penetrado todos los rincones de nuestra geografía. La sensación de acorralamiento no me suelta ni fuera de la ciudad ni en medio del mar. Recuerdo la frase del poeta sobre el uso de su pluma.
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