La caótica fundación de El Tigre que cuenta la secuela de Casas Muertas, nos recuerda el proceso inverso de deliberada destrucción de Venezuela en estas primeras décadas del siglo XXI. El petróleo, ese coágulo de jugo negro que dio origen a explotaciones feroces y riquezas transnacionales, hoy sigue siendo el motor de gran corrupción y sustento de dictaduras sanguinarias: De las manos de los mister Thompson y los coroneles Cova, a las manos los Jinping, los Díaz-Canel, los Putin, y los funcionarios de facto, socios del gran saqueo bautizado como revolución bolivariana.
El campo alrededor del pozo Oficina N° 1 creció tan aceleradamente y sin planificación que hasta los pobladores como Carmen Rosa, ajenos a la explotación petrolera, vieron la efervescencia de una riqueza instantánea de cuya fiesta los nietos vivimos la resaca. Sin embargo, los actuales usufructuarios del poder quebraron la Compañía, cerraron la oficina y se llevaron desde lo que había en la caja fuerte, el mobiliario y los bolígrafos; hasta el numerito enchapado en oro que colgaba de la puerta.
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