Un mundo (in)feliz
Un nuevo y valiente mundo. Un mundo feliz, según Aldous Huxley. Junto a 1984 de Orwell y Fahrenheit 451 de Bradbury, la novela forma parte de la Santísima Trinidad de los clásicos distópicos sobre regímenes totalitarios. El individuo versus el cuerpo social. Del manejo de las emociones con las drogas de diseño (soma). De la ingeniería genética, la programación y la hipnopedia. Del ruido y el movimiento contra la introspección y la contemplación.
"No comprendo nada -dijo Lenina con decisión, determinada a conservar intacta su incomprensión-. Nada."
Un mundo feliz es un mundo sin guerra, pobreza ni enfermedad. Y con mucho sexo. Pero también sin familia, sin cultura, ni ciencia fuera de los cánones. Sin razón. Una sociedad de castas y clasismo post-fordista. Ser feliz es ser esclavo. No en balde la sociedad empieza a ser cuestionada por la interacción de Bernard "Marx" y "Lenin-a" Crowne, quienes paradójicamente, terminan siendo erráticos también.
"-La población óptima -dijo Mustafá Mond- es la que se parece a los icebergs: ocho novenas partes por debajo de la línea de flotación, y una novena parte por encima."
El único cuerdo resulta ser John "El Salvaje", el desclasado hijo de fordistas criado en la Reserva, en el "Malpaís". Un hombre que no pertenece ni a uno ni a otro mundo. Un salvaje profano que lee a Shakespeare y no se persigna con la señal de la "T" del dios Ford.
Ante esa paradoja, uno preferiría escapar a la reserva. Seguir escogiendo la píldora roja que revela el mundo real detrás de la "Matrix". Ver la vida como es y no como nos la han contado.
"-Yo quiero a Dios, quiero poesía, quiero peligro real, quiero libertad, quiero bondad, quiero pecado.
-En suma -dijo Mustafá Mond-, usted reclama el derecho a ser desgraciado."
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