La fiesta del Chivo

 


"La política era eso, abrirse camino entre cadáveres".

Es poco lo que hay que agregar ante una obra maestra del calibre de La fiesta del Chivo. Decía el escritor mexicano Germán Arciniegas que los latinoamericanos no necesitan escribir novelas, les basta con su historia. Con esa arcilla moldea el maestro a sus personajes en un momento histórico-social clave de la región latinoamericana durante el siglo XX: la era de las dictaduras militares como la encabezada por Chapita Trujillo, el caudillo máximo de la República Dominicana.

"El Chivo había quitado a los hombres el atributo sagrado que le concedió Dios: el libre albedrío".

La novela alterna tres hilos narrativos distintos que se entrecruzan a saltos entre 1996 y 1961: La historia de Urania Cabral, personaje principal y ficticio; el soliloquio de Trujillo en su último día de vida, y la trama conspirativa de los asesinos del dictador. 

"Cómo era posible, papá? que un hombre culto, preparado, inteligente, llegara a aceptar eso. ¿Qué les hacía? ¿Qué les daba para convertir a don Froilán, a Chirinos, a Manuel Alfonso, a ti, a todos sus brazos derechos e izquierdos, en trapos sucios?"

¿Qué hace el poderoso para fascinar y envilecer a los hombres? ¿Cuántas Uranias fueron negociadas y ultrajadas en la era Trujillo? Más aún, ¿Cómo se libraron del hechizo los trujillistas conspiradores, a la postre "justicieros", que masacraron al Chivo dando paso a la era Balaguer? La fiesta, la orgía del poder, también es una implacable radiografía que hace un gigante Vargas Llosa de la condición (y la miseria) humana.

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