Trilogía sucia de La Habana

 

"El joven se recupera rápido, pero un tipo como yo, de cuarenta y cuatro años, se queda dislocado mucho más tiempo y piensa: Vaya, carajo, de nuevo me sucedió. ¿Por qué seré tan imbécil?"

Por alguna afortunada coincidencia, empecé a leer este libro, largamente pospuesto, a la misma edad que tenía el autor cuando escribió su autoficción. La inmersión fue total durante días. Trilogía sucia de La Habana es prosa a lo Bukowski en clave Caribe. Pedro Juan Gutiérrez es obsceno, políticamente incorrecto, tremendamente divertido. El prototipo del sátiro latinoamericano en la crisis de la mediana edad, cuya paz interior solo consigue al margen de la ley, follando o borracho: "El ron a veces me paraliza el orgasmo, la pinga se mantiene tiesa, pero no tengo orgasmo". Malandreo sin ambages, lo mismo que crónica de la decadencia de la revolución cubana.

"Cada día más estragos y todos intentaban irse de algún modo. Irse a otro sitio, como una estampida (...) Lo mejor es no preocuparse. Si casi no hay comida, no hay guaguas, no tengo trabajo. Yo solo estaba preocupado por tratar de comer porque ese mismo año había adelgazado dieciocho kilos".

Sexo, tabaco y ron. Pobreza extrema. Olor a salitre, paisaje gris dictadura. Los paralelismos con los estragos causados por el chavismo en Venezuela, movimiento de marcada influencia castro-cubana, son inevitables. Tal como asegura el personaje Pedro Juan, la miseria destruye todo y a todos, por dentro y por fuera: Pero también, en medio de la debacle, la gente ríe, sobrevive, intenta pasarlo lo mejor que puede: "Es imposible desprenderme de las nostalgias porque es imposible desprenderse de la memoria. Es imposible desprenderse de lo que se ha amado". Y aflora el arte que "solo sirve para algo si es irreverente, atormentado, lleno de pesadillas y desespero". En tiempos tan desgarradores no se puede escribir con florituras: "Ese es mi oficio: revolcador de mierda".

Trilogía sucia de La Habana es una lectura imprescindible en el sentido de aquella idea de Kafka de que los libros necesarios son aquellos que muerden y pinchan, que nos despiertan como un puñetazo en la cara. Relatos salvajes, depravados, no aptos para estómagos débiles ni para quienes romantizan las revoluciones comunistas desde la barrera.

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